Eficiencia energética: por la razón o la cultura

Por Dra. Mónica Zamora Zapata, Departamento de Ingeniería Mecánica U. de Chile

Hace años atrás, cuando estudiaba afuera, hubo un seminario de energía al que fui sin muchas expectativas. De esos que vas porque otra persona te lo recomienda pero no sabes muy bien de qué va a tratar. Inesperadamente, esta charla resultó ser un fresco ventarrón de realidad: ingeniería aplicada, justo cuando pasaba mis días en un abstracto mundo de ecuaciones y simulaciones interminables.

El experto en la sala era Amory Lovins, profesor adjunto en Stanford y co-fundador del Rocky Mountain Institute (RMI), un instituto centrado en sostenibilidad. Su charla era sobre eficiencia energética extrema, donde presentaba variados proyectos de retrofitting (remodelación de edificios), en los que a pesar de requerir inversiones millonarias, estas se pagaban en pocos años debido a los inmensos ahorros que podrían generar. El caso más emblemático, por su envergadura e importancia patrimonial, era el del rascacielos Empire State en Nueva York, que fue intervenido en 2011 de manera radical. Con una inversión de $550 millones de dólares renovaron todas las ventanas, casi sin generar residuos, además de mejorar la iluminación y ventilación, integrando también diseños pasivos, y mejorando la eficiencia e instalaciones de los equipos de climatización. Estas medidas lograron reducir el consumo energético en un 38% y ahorrar $4,4 millones de dólares al año.

Estas intervenciones fueron más allá de lo mínimo para certificar edificios verdes en su época, porque el objetivo era bajar el consumo de energía lo más posible, lo que era clave también para determinar la rentabilidad de estos proyectos. Un detalle técnico que me voló la cabeza en su exposición fue el criterio de dimensionamiento de tuberías pensando en eficiencia energética; en este caso se prefería utilizar tuberías más grandes para disminuir las pérdidas de carga por roce al desplazar fluidos más lentamente. Si bien esta decisión determinaba un costo mayor en tuberías, la inversión se recuperaba en pocos años debido a que se necesitaban bombas más pequeñas y se incurriría en un menor costo energético. Digo que me volaba la cabeza porque durante mi breve experiencia laboral en el mundo del piping, el criterio usual era darse una velocidad del flujo, típica para cierto proceso o fluido, y con ello determinar un tamaño de tubería relativamente pequeño. Este criterio de velocidad era algo probado en la práctica y no correspondía a un estudio acabado, menos aún con un criterio de eficiencia energética. En otras palabras, correspondía a un aspecto de cultura ingenieril en el mundo laboral.

Desde este punto de vista, estos proyectos de eficiencia energética extrema son un poco contraculturales (o bueno, lo eran hace 10 años). Por un lado, se cumple más que el mínimo para una certificación, que es el incentivo actual para construir edificios eficientes, y por otro se va más allá de las prácticas de ingeniería tradicionales que se mantienen en la industria. Sin embargo, y contra todo prejuicio inicial, resultan tremendamente rentables.

Llegado este punto, quisiera revisitar el concepto base que está planteado en nuestra ley y plan nacional de eficiencia energética, donde el objetivo central es el uso racional de la energía. En base a lo anterior, cabe preguntarse qué es racional, porque tal vez no es siempre algo evidente. Nuestros juicios técnicos frecuentemente se ven afectados por la cultura en la que vivimos, y esto no solo se refiere a cultura desde un punto de vista social o doméstico, sino también a la cultura ingenieril o industrial en la que nos formamos y ejercemos. ¿Es racional hacer más que lo que pide la certificación o salirse de las prácticas tradicionales de ingeniería? En base a hechos demostrables, como la charla de Lovins y la opinión de quienes administran el Empire State, parece racional. Son entonces otros factores, culturales y tal vez económicos (a corto plazo), que pueden estar previniendo que medidas centradas en eficiencia energética tomen la relevancia que merecen, lo que puede ser cierto tanto a nivel doméstico como industrial.

¿Cómo entonces nos movemos hacia una realidad en la que le demos mayor relevancia a un verdadero uso racional? Un camino es comenzar dando el ejemplo simplemente. En el caso de Lovins, su propia casa, construida en los 80s, es extremadamente eficiente y permite sobrellevar los crudos inviernos de Colorado con un consumo energético mínimo. Existen muchos casos de éxito para compartir, y en varios de ellos se muestra que se puede innovar al simplemente cuestionar y replantear las prácticas tradicionales de diseño y especificación. Dejar de lado los prejuicios técnicos y considerar ideas o soluciones no tradicionales puede sorprendernos; como es el caso de los muros y techos verdes y azules, que ya son recomendaciones en los informes del IPCC (Panel intergubernamental para el cambio climático). Y, finalmente, es necesario ir traspasando esta información a nuestros estudiantes y colegas. No es casualidad que en el perfil de Lovins en el sitio web de Stanford aparece que dicta un curso llamado «E^3: Extreme Energy Efficiency”; es decir que su conocimiento y perspectiva tiene una bajada directa en la formación de profesionales.

Por la razón, para que más adelante sea cultura.

 

Change the Empire State Building…Change the World https://rmi.org/changeempirestatebuildingchangeworld/

Beyond ‘Green’: The Empire State Building Retrofit https://www.nationalgeographic.com/environment/article/beyond-green-the-empire-state-building-retrofit

Amory’s private residence https://rmi.org/about/office-locations/amory-private-residence/