Desde fines del año 2022, con la disrupción generada por OpenAI y la primera versión abiertamente disponible de ChatGPT, hemos visto una explosión en el uso y discusión acerca de la Inteligencia Artificial y sus consecuencias. En este caso queda en evidencia la estrecha relación entre la transformación tecnológica y la transformación cultural y social. Desde el imaginario creado por la ciencia ficción hasta sus manifestaciones actuales en diversas industrias, la IA siempre ha sido un espejo para la sociedad, reflejando nuestras aspiraciones, frustraciones y miedos. Aunque los beneficios de la IA son abundantes, desde mejorar diagnósticos médicos hasta ayudarnos a enfrentar el cambio climático, también existe el potencial de mal uso. Algo que hemos palpado a través de aplicaciones de deepfake por ejemplo. Los algoritmos pueden perpetuar inadvertidamente (¿o intencionadamente?) sesgos, infringiendo derechos individuales y perpetuando desigualdades sociales. Estos no son meros problemas tecnológicos, son problemas sociales.
Para entender el papel, presente y futuro, de la IA en la sociedad, debemos profundizar más allá de sus algoritmos, modelos y arquitecturas. La IA, como cualquier innovación tecnológica, se arraiga en un contexto cultural particular, por lo que es esencial considerar un enfoque multidisciplinario en su desarrollo y en las políticas que lo enmarcan. Esto no solo implica a expertos en tecnología sino también a antropólogos, sociólogos, diseñadores, expertos en ética y otras áreas de las humanidades, que nos permitan diseñar sistemas que sean transparentes, explicables y responsables: ¿cuánta agencia le otorgamos a la AI para que tome decisiones sin intervención humana?, ¿Estamos, como seres humanos, utilizando la IA para mejorar nuestra toma de decisiones o renunciamos a nuestra agencia sobre los algoritmos y máquinas?, ¿Cuánta autonomía le entregamos?, ¿Cuánta dependencia se genera?, ¿Qué estamos entregando a cambio de esta autonomía?, ¿Cómo nos aseguramos de hacer sistemas confiables y seguros para las personas?, ¿Cómo asegurar responsabilidad ante errores o fallas?, etc.
A medida que nos adentramos en una era donde la inteligencia artificial indudablemente jugará un papel más que significativo como sistema socio-técnico, no basta ser reactivos. Esto significa establecer marcos éticos y normativos sólidos, fomentar una formación de capacidades en IA con enfoque multidisciplinario y garantizar que la formulación de políticas sea informada e inclusiva. Desde este punto de vista, nuestra Política Nacional de Inteligencia Artificial, aún tiene espacios importantes de mejora, y es esencial el rol que juegan los ministerios y sus agencias pertinentes (CTCI, ANID, Economía, Corfo, entre otros) y las universidades e IES, a través de políticas y programas que permitan pensar y desarrollar la inteligencia artificial más allá de su potencial en la dimensión productiva del país, sino en el rol que queremos como sociedad que tenga la tecnología y las consecuencias de ella en nuestro día a día.
Es esencial entender que el éxito de las innovaciones tecnológicas se comprueba con su adopción, es decir cuando éstas hacen sentido en la comunidad. El viaje hacia un futuro donde convivimos con la inteligencia artificial de manera cotidiana y natural, no es solo una expedición técnica sino sociocultural.