Por Alejandro Pantoja
Nuevamente Chile lidera, a nivel latinoamericano, el Global Innovation Index (GII) ocupando en esta versión 2022, el lugar N° 50 entre 132 economías del mundo, seguido por Brasil y México en el lugar N° 54 y N° 58 respectivamente. Sin duda, este lugar es merecido dado el trabajo sistemático que se ha venido haciendo desde hace varios gobiernos con resultados positivos en el impulso de la innovación y el emprendimiento, el desarrollo del capital humano, y el fortalecimiento de nuestras instituciones e infraestructuras. No obstante, en este resultado preocupa el estancamiento que llevamos en varias versiones de este ranking, en los aspectos relacionados con los resultados o outputs de la innovación, es decir, la creación y difusión del conocimiento a través de propiedad industrial, la complejidad productiva, la exportación de tecnologías, el vínculo universidad-industria para la I+D, el desarrollo de bienes intangibles y creativos, entre otros. Siguiendo una analogía mundialera, esto quiere decir que tenemos una buena cancha, buenos jugadores y reglas claras, pero no creamos nuevas estrategias y tácticas de juego para ser más competitivos, ni menos aún, metemos goles.
Si bien el mundo corporativo de a poco ha ido entendiendo que sin innovación es imposible enfrentar las amenazas que el siglo XXI presenta, aún queda mucho por avanzar en estrechar el vínculo entre la academia y la industria para la creación, transferencia y asimilación de conocimiento a través de la I+D y la colaboración, que permita obtener como resultado nuevos productos, servicios o procesos. En todos los países las empresas que invierten en conocimiento son más capaces de introducir nuevos avances tecnológicos, y las que innovan registran una mayor productividad laboral que las que no lo hacen. Por otro lado, la inversión en innovación también incide directamente en la creación de capacidad de absorción en las empresas, permitiéndoles desarrollar la habilidad de adaptación organizativa, fundamental para los escenarios de cambio que vivimos.
La buena noticia es que, por un lado, la última Encuesta sobre Gasto y Personal en Investigación y Desarrollo, publicada por el Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación, da cuenta de un incremento en la inversión en I+D por parte de las empresas en los últimos años y, por otro, que el último presupuesto nacional considera una inversión en Ciencia y Tecnología de cerca de $76 mil millones, lo que significa un aumento del 9,6% para potenciar la I+D en el país.
La evidencia dice que los países se desarrollan en mayor medida gracias al capital intelectual proveniente de mayor educación, investigación científica y desarrollo tecnológico, y en menor medida a su capital natural y capital productivo. Por ello, la transferencia tecnológica, la inversión en I+D, y la relación academia-empresa, junto a otros factores, como el fortalecimiento del emprendimiento a través de financiamiento y redes para startups y scaleups y el desarrollo de las industrias creativas, permitirá contribuir a una mayor complejidad económica del país, necesaria para el desarrollo sostenible e inclusivo.